El elegante y frío reino de Denis Villeneuve

Ryan Gosling camina en un entorno anaranjado en 'Blade Runner 2049'.
Ryan Gosling en 'Blade Runner 2049'.
Ryan Gosling camina en un entorno anaranjado en 'Blade Runner 2049'.
Ryan Gosling en ‘Blade Runner 2049’.

Denis Villeneuve es el cineasta del momento. Pese al pequeño fracaso taquillero de Blade Runner 2049 en Estados Unidos (la película, que costó alrededor de 150 millones de dólares, solo recuperó 33 en el fin de semana de su estreno en las taquillas americanas), el director canadiense está indudablemente en la palestra. En boca de todos. El año pasado, con el estreno de La llegada, se consolidó como realizador en la cima de Hollywood. Ahora, con la secuela del clásico de Ridley Scott en cines y recién cumplida la cincuentena, no ha hecho más que reafirmarse a sí mismo con rotundidad, al menos a nivel público.

Pese a todo, Blade Runner 2049 es la película más fría de Villeneuve. Su carrera ha trazado dos líneas divergentes. Por un lado, su sello formal se ha disparado. Sus imágenes son suyas y es imposible arrebatárselas. Con cada película que ha ido estrenando desde que irrumpió en el panorama internacional con la desgarradora Incendies, allá por 2010, no ha dejado de desarrollar su identidad visual, pulcra como pocas. Sin embargo, otra tendencia clara en su cine es la de la despersonalización. Desde la propia Incendies, Denis Villeneuve dejó de lado su participación en los guiones de sus películas. En su lugar, se ha agarrado cada vez más al poder de sus imágenes, hasta el punto de que en Blade Runner 2049 son todo lo que tiene.

Cuando el cineasta quebequés sacó a la luz Incendies, todavía en su Canadá natal y ya sobrepasada la cuarentena, apenas había dirigido tres largometrajes de pequeña factura. El éxito mediano de Polytechnique (su film previo) a nivel independiente le permitió acumular un presupuesto base de casi siete millones de dólares para producir la película y presentarse ante el mundo cinematográfico. Con Incendies logró una nominación a los Oscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa, donde cayó con rigurosidad ante la cinta danesa En un mundo mejor.

A partir de ahí, Denis Villeneuve se mudó al país vecino y empezó a dirigir bajo el amparo de productoras estadounidenses, desde la Alcon Entertainment, que produjo Prisioneros, a la propia Warner Bros., encargada de hacerlo en su última película. Los presupuestos de sus cintas se multiplicaron exponencialmente y su éxito hizo lo propio. En Prisioneros, además, comenzó a colaborar con Roger Deakins, el director de fotografía de confianza de los hermanos Coen, quien ha contribuido enormemente a la materialización de su ya citada identidad visual.

Denis Villeneuve y Roger Deakins durante el rodaje de 'Sicario'.
Denis Villeneuve (izq.) ya ha trabajado con Roger Deakins (der.) en cuatro películas.

A modo de cronología, sus dos primeras películas en Estados Unidos fueron la mencionada Prisioneros, un thriller claustrofóbico y austero guionizado por Aaron Guzikowski; y Enemy, la adaptación de la novela de suspense psicológico de José Saramago El hombre duplicado. Sin embargo, alcanzó el verdadero éxito con Sicario, una cinta sobre el narcotráfico y el tráfico de influencias entre México y Estados Unidos; y especialmente con La llegada, una película de ciencia-ficción con un poderoso subtexto filosófico. En estas dos últimas, Villeneuve trabajó tanto con Deakins en la dirección de fotografía como con el compositor islandés Jóhann Jóhannsson, dotándolas de una unidad estética que reforzó su poderosa identidad como director.

Una constante experimentación con el formato

Además, en ellas, el realizador canadiense pudo recuperar el empleo de un aspect-ratio mucho mayor, alrededor del 2:35/1, frente al 1:85/1 utilizado, por ejemplo, en Prisioneros. Esto le permitió trabajar con un formato de pantalla mucho más ancho, especialmente útil para su habitual uso de largas panorámicas y planos generales y abiertos de enorme belleza. En Blade Runner 2049, además, aplicó el tan de moda formato de película de 70 mm frente a los 35 mm habituales, dotando también al film de una textura mucho mayor, y trabajando con fuerza esa estética decadente, polvorienta y sucia que responde fielmente al legado de la cinta original.

El problema de Blade Runner 2049, pese a todo, es que el poderío de sus imágenes no se halla en equilibrio con la fuerza de su concepto. Mientras Sicario, guionizada por Taylor Sheridan (autor del fantástico libreto de Comanchería) y La llegada (inspirada en la arrolladora novela corta de Ted Chiang La historia de tu vida) partían ya de premisas narrativas potentes y profundas, el caso de la secuela de Blade Runner ha sido bien distinto. Sin un punto de partida de esa profundidad, el director canadiense no ha sabido dársela por sí mismo.

Con Denis Villeneuve preocupado por continuar puliendo su estilo formal y la Warner centrada en dar a los fans de la película original un producto que respondiese a sus expectativas, el resultado ha terminado siendo frío, aunque sumamente bello a nivel formal. Una belleza ostentosa, aunque vacía. Si bien es cierto que el cine es un arte fundamentado en la cámara y la imagen, éstas necesitan hablar de algo más allá de sí mismas. De lo contrario, el resultado final no es otro que una película de esencia industrial con una pátina de trabajo de autor. Y él puede optar a mucho más.

Adrián Viéitez

Periodista cultural y deportivo. Dulce y diáfano. Autor de 'Espalda con espalda' (Chiado Ed., 2017). Escribo para salvarme de mí mismo.

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