El otro Strindberg

Autorretrato de August Strindberg. Fuente: Wikipedia

Esquizofrenia, misoginia y teatro. Quizás estos sean los adjetivos más repetidos cuando se habla de la figura de August Strindberg (1849-1912): su inestabilidad mental, su animadversión a las mujeres y -por fin algo bueno- su genialidad como dramaturgo, que le llevo a ser considerado uno de los pioneros del teatro europeo moderno. Pero Strindberg era mucho más. El día del centenario de su muerte, Fanzine Radar quiere recordar el resto de prismas que componen la compleja geometría sobre la que se erige la obra del sueco.

El literato nacido en Estocolmo fue lo que ahora cualquier moderno llamaría un auténtico ‘artista multidisciplinar’. Cultivó los campos de la literatura, la pintura, la fotografía, la ya citada dramaturgia…e incluso al final de su vida se interesó por la alquimia. Todo un vasto terreno cultural que se beneficio de su talento insaciable, irreverente e inquieto.

Un talento que dio luz a clásicos teatrales como La señorita Julia, El padre o El pelícano; a novelas como La habitación roja o las autobiografías Alegato de un loco e Infierno, y otros textos como El culto a los faraones, un controvertido artículo periodístico en el Strindberg  atacaba al rey Carlos XII. Porque, como explican en la web oficial de su centenario, “sus ficciones y dramas siempre eran provocativos y sus ensayos apasionadamente polémicos”.Autorretrato de August Strindberg. Fuente: Wikipedia

Esta prolífera carrera y sus innovaciones en la escritura le convirtieron en uno de los renovadores del lenguaje sueco, con un estilo que se alejaba de la anterior tradición romántica. Un virtuosismo que siempre estuvo marcado por su carácter irascible y temperamental, que le puso en el blanco de la crítica y le obligó a exiliarse una temporada a Suiza. El propio Strindberg, tal y como lo cita Francisco J. Uriz en El Cultural,  decía de de sí mismo: “Soy demasiado radical para los liberales y demasiado liberal para los conservadores, pero a la vez demasiado conservador para los radicales, me he hecho imposible”.

Eso sí, este radicalismo le granjeó la amistad del movimiento obrero, y otras muchas personas, como las 50.000 que acudieron a su entierro hace 100 años y que, según afirma Diego Moreno en El País, “todavía hoy es la más multitudinaria que se recuerda [en Estocolmo]”. En definitiva, Strindberg siempre se movió entre detractores y defensores, levantando iras y aplausos por donde pasaba. Y no tiene nada de extraño: le pasa a todos los grandes.

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