EL NIÑO Y LOS SORTILEGIOS

Imagen del cartel

La burbuja feliz que envuelve los años de la infancia no debería romperse hasta no agotar por completo aquél tiempo en el que jugar constituye la mayor ocupación y preocupación. Nada, ni las normas, la aritmética o las obligaciones tienen derecho de entorpecer la diversión que ya nunca volverá de la misma manera, que ya nunca será tan plena ni abarcará todas las horas del día. La niñez no es compatible con el aburrimiento y, sin embargo, éste coloniza la existencia de un niño, en apariencia malcriado, que no soporta la pesadez con la que pasan las horas en una habitación en la que se materializa la pequeña, pero exquisita, ópera del francés Maurice Ravel.

El niño y los sortilegios nos enseña las consecuencias que traen consigo la despreocupación y el abandono La taza y la tetera en un momento de la representaciónemocional de los menores. Los resultados catastróficos de no haberles inculcado unos valores capaces de evitar reacciones desmesuradas tras una rabieta que destruirá los elementos tangibles de su denostado universo.

Esta pieza, para niños, adultos y todos los que quieran experimentar las sensaciones mágicas del mundo de los sueños, llega a Madrid producida por la ópera Nacional de París y de la mano del Teatro Real. Sin embargo, la musicalidad mágica de Ravel y la fantástica historia de su compatriota, la escritora Colette, no pasarán por los Jardines de Oriente sino que preferirán la intimidad de la sala verde de los Teatros del Canal. Sin duda, una buena elección que permite acercarnos, y casi rozar, a la nieve esparcida por las tablas o el decorado inclinado de una coqueta habitación infantil. De este modo, el espectador se encuentra inmerso desde el principio en la historia, a la que se acerca con una mayor facilidad gracias a esta reducción de los espacios. De la misma forma que conectará desde el principio con la melodía que el francés compuso en 1925 para acompañar al poema que Colette escribiera en 1919.

Casi un siglo después, la lírica emotiva de apenas una hora que constituye este pieza única sigue emocionando y conmoviendo. Buena culpa de ello la tiene la orquesta, que en esta ocasión está integrada por un cuarteto de viento (una flauta), cuerda (un violonchelo) y un piano tocado por dos talentos musicales. Uno de ellos Didier Puntos que, además, es el responsable de la dirección musical. Su brillanLa angustia del niño en un momento de la representaciónte actuación está a la altura del trabajo de los intérpretes y sus expertas voces, capaces de entonar desde los versos más densos hasta la más minimalista aria trazada a base de maullidos. Todos doblan, al menos, los papeles para escenificar la historia de un niño enfadado y contrariado con su madre tras obligarle a que haga los deberes. Su desinterés y rabia por no querer seguir las órdenes impuestas le llevarán a destrozar todos los elementos vivos y muertos de su alrededor. Aunque poco durará su enfado y mucho su asombro cuando comience a ver desfilar por su habitación el grupo de objetos que le recriminarán su comportamiento. Las sillas, la taza, la tetera, el reloj, el gato, el árbol o la ardilla y otros más simbólicos como el fuego (el mal) o la princesa recién escapada del cuento (los sueños, el primer amor) representan, con sus imaginativos trajes provenientes de París, los errores y el mal comportamiento del pequeño y harán que su angustia le obligue a saltar por la ventana y escapar de su mundo. Fuera, lejos del calor del hogar y bajo el frío paisaje nevado, seguirá recibiendo su lección en forma de reproches de estos y otros individuos bajo la apariencia de una libélula, una rana un ruiseñor o un murciélago. Todos le darán la oportunidad de contemplar desde fuera el daño que ha hecho y podrá enmendar su culpa con una acción que no le hará sentir menos sólo pero con la que sus víctimas comprobarán su bondad.

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Y así, tras un largo silencio y una intensa, aunque breve, reflexión en forma de ópera, finalizará esta pieza con el grito de auxilio de un niño cuyos sueños se han perdido y que necesita la comprensión de una madre para encontrarlos. Un grito que pone fin a un espectáculo que constituye un buen modo de perder el miedo a la ópera y de iniciarse en un mundo lleno de arte y creatividad. Y que, además, en esta ocasión nos demuestra que sus encantos no son sólo para los adultos.

El niño y los sortilegios.
 
Teatros del Canal, sala verde.
 
Producción de la Ópera Nacional de París.

 

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