El burlador de Sevilla se queda con el público

el burlador

El Teatro Español parece haber sido escogido a conciencia para la puesta en escena de la célebre obra atribuida a Tirso de Molina.
Sus butacas, palcos y alfombra roja, el techo y las lámparas doradas y los escudos antiguos acentúan el contraste de este montaje caracterizado por la tecnología y el minimalismo del atrezo.
Al mismo tiempo, la majestuosidad de la sala concuerda a la perfección con la grandiosidad de la representación, que no escatima en elementos sonoros ni visuales.


Los actores calientan a la vista del público; relajados, absortos… realizan estiramientos. El espectador no es capaz de vaticinar el tremendo esfuerzo físico que verá a continuación.
Sexo en directo, filmado y proyectado en una gran pantalla, que juega un papel imprescindible en toda la obra, protagoniza la primera escena.
El desenfreno y la sensualidad son los elementos claves de esta versión de Darío Facal.

La duquesa Isabela (Marta Nieto), quien derrocha elegancia aun en los instantes más impúdicos, es la primera mujer burlada.
Al grito de «qué largo me lo fiáis…», un Don Juan Tenorio arrogante y conquistador, encarnado por Álex García, justifica sus tretas, convencido de que para ser juzgado por sus pecados aún resta toda una vida como para inquietarse en el presente.
Su fiel compañero de argucias, un brillante Agus Ruiz en la piel de Catalinón, será el único que respalde sus fechorías hasta que la culpabilidad lo inunde minutos antes del cierre del telón.
El rey, Emilio Gavira, constituye una de las notas de color de la obra, impregnada a partes iguales y armónicas de comedia y drama.
La rectitud y presencia de Eduardo Velasco y Luis Hostalot casan con tino en escena con Gavira, formando un cuadro llamativo.
La aparición de Ripio (Rebeca Sala), la única mujer no burlada, no abandona la sensualidad que caracteriza a todas las mujeres de la obra, incluso cuando se limita a consolar y adecentar al humillado Duque Octavio, interpretado por Rafa Delgado.
La humildad de Tisbea, su valentía y belleza natural, a la par que su interpretación, resultan cautivadoras. El decoro que determina al personaje encarnado por Manuela Vellés es recompensado por Facal con una escena sexual implícita, a diferencia del resto de mujeres burladas.
El Marqués de la Mota es la representación del burlador burlado, pues se jacta ante Tenorio de embaucar a mujeres hasta que Don Juan consigue ‘gozarse’ a su prima, la dulce Doña Ana de Ulloa (Alejandra Onieva).
En el último capítulo de la obra, Don Juan lleva su burla al extremo burlando a una recién casada, Judith Diakhate representando a Aminta, tras persuadir a su marido Batricio (Diego Toucedo) para que la abandone.
La muerte y juicio del burlador serán ejecutados por el espíritu de Don Gonzalo, quien regresa poseyendo a una estatua de piedra para que Don Juan pague por sus pecados.

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La versión de Facal se trata de una función filmada, a caballo entre el teatro y el cine, amenizada por la presencia de la música, la mayor parte en directo, interpretada por los propios actores, quienes no abandonan la escena para contribuir en la ambientación.
Las coreografías repentinas también constituyen uno de los puntos fuertes de la obra, rompiendo el transcurso natural de ésta.
Multitud de elementos combinados que hacen del montaje una ‘superproducción’, en la que el espectador, lejos de saturarse por el barroquismo del conjunto, se deja deleitar por el placer que empapa los sentidos, uno de los efectos que potencia la sensación de placer que busca Don Juan.
Cabe destacar los cuadros momentáneos que Facal logra crear en escena, a modo de naturaleza viva, que nos remontan desde La última cena de Da Vinci hasta Lo mismo de Goya.
Al igual que la personalidad de Don Juan, o del anterior trabajo del director, esta obra no deja indiferente a nadie.
Una obra transgresora ilustrada por un director transgresor.

El burlador de Sevilla será representada hasta el 29 de noviembre en el Teatro Español de Madrid.

Raquel Castejón Martínez

"La objetividad del periodista no existe. Más bien éste debe tender a una subjetividad desinteresada. Corresponde al lector establecer la distinción."
(Beuve-Méry)

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