Disparos que detienen el tiempo

Exposición Sin Filtros, Matadero de Madrid Ⓒ Cristina García
Fotografia en Idomeni de Olmo Calvo
Fotografía de Olmo Calvo de un chico kurdo en un campo de refugiados en Idomeni

Son las 6 de la mañana. El gris plomizo invade el cielo del campo improvisado de refugiados de Idomeni. La lluvia lo cala todo. Lleva haciéndolo toda la noche. Las pocas personas que se han despertado están haciendo cola para conseguir algo de comida que llevarse al estómago. El suelo está enfangado. El barro se pega a los zapatos, pero ya no importa. La guerra ha hecho que casi todo deje de tener importancia. Y, sin embargo, ese barro que mancha los zapatos desgastados, ha atrapado a un chico kurdo sin piernas. Con unas ruedas como única forma de transporte, intenta abrirse paso por aquel campamento improvisado. Siempre fue un muerto seguro, pero él nunca se ha rendido. El sonido de un disparo captura la escena. Es el disparo de la cámara de fotos de Olmo Calvo, un fotoperiodista cántabro. Era un muerto seguro. Eso es lo que se le pasa por la mente al contemplar la escena. Se lo imagina en uno de esos botes hinchables. Un pinchazo o una ola con la fuerza suficiente para volcar esa barca y todo se habría acabado para él.

Es uno de los muchos momentos que Olmo ha capturado con su cámara durante los meses que ha estado siguiendo el drama humanitario de los refugiados. El periodista lleva años sacando fotografías sobre temas relacionados con la vulneración de derechos humanos. Con voz grave relata las historias más duras. En ocasiones, se detiene unos instantes para recordar o, quizás, para ordenar las ideas. Esas involuntarias pausas provocan que su relato cale muy hondo.

Puede que la escena del chico en silla de ruedas no formara parte de la exposición Sin Filtros, que ha ocupado una de las salas de Matadero de Madrid durante casi 8 meses, porque hay muchas fotografías de demasiadas historias. No solo las de este fotoperiodista, sino también las de otros compañeros de profesión. Porque es muy difícil mostrar toda la tragedia que está teniendo lugar. No hay espacio para todas las imágenes. No hay espacio para ese joven kurdo que, con valentía y una gran fortaleza, intenta encontrar un lugar mejor donde vivir. Pero sí lo hay para otros involuntarios protagonistas.

Miradas al éxodo que Europa no quiere ver

El objetivo de Sin Filtros no era otro que el de mostrar la vida de los refugiados a través de cincuenta fotografías. Fotografías que te remueven por dentro porque parecen gritar de dolor, exigir soluciones, suplicar ayuda… Cinco años de guerra en Siria y aún sigue habiendo combates. “Hoy son ellos, mañana podemos ser nosotros”, rezaba el cartel que daba la bienvenida a la muestra.

Olmo Calvo, Óscar Vífer, Jaime Alekos, Ignacio Gil, Sergi Cámara, Ángel Colina, Alberto di Lolli, Juan Medina, Nacho Guadaño, Iker Pastor, Gabriel Tizón, Mikel Konate, Juan Carlos Lucas, Alejandro Martínez Vélez, Santi Palacios, Pablo Tosco, Bernardo Pérez y Ckuko Williams son los fotógrafos que expusieron diferentes historias de refugiados sin ningún tipo de retoque en la Casa del Lector de Matadero. Son dieciocho cámaras capaces de disparar y detener el tiempo, aunque sea, tan solo, por un instante.

Cincuenta miradas al éxodo que Europa no quiere ver, pero que son necesarias para acercarnos este drama humanitario a través de testimonios y no de cifras. Hay sonrisas, incluso los niños juegan, pero también se ve el miedo, el cansancio o el sufrimiento. Porque la guerra que asola Oriente Medio ya no distingue entre combatientes e inocentes. Buscar refugio en otro país se convirtió en el único objetivo de muchas familias. Así que durante los últimos años, decenas de miles de personas han abandonado sus hogares. “Lo único que buscan es un lugar donde desarrollarse, tener un trabajo, una casa… Un poco lo que queremos la mayoría de la gente”, confiesa el periodista cántabro.

Siria, Afganistán, Somalia y Sudán del Sur son solo algunos lugares de los que proceden los refugiados. Más de sesenta millones de desplazados tan solo en 2015. Son datos revelados por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La cifra es tan grande que parece no decir nada. Es una noticia más entre tantas otras. Y nosotros estamos insensibilizados. Pero detrás de esos números hay más de sesenta millones de historias de personas que arriesgan su vida en peligrosos viajes. Algunos lo consiguen. Muchos otros tantos fallecen con la esperanza aferrada en el pecho.

Fotografía de Gabriel Trizón del pasaporte de un refugiado
Fotografía de Gabriel Trizón del pasaporte de un refugiado

De Turquía a la isla de los ahogados

Lesbos es sinónimo de tragedia. Allí la situación es muy dramática. “Ha muerto y sigue muriendo mucha gente ahogada” intentado acceder a la isla, cuenta Olmo Calvo. Solo hace falta mirar la imagen capturada por la cámara de Gabriel Tizón del pasaporte de un desplazado que ya no irá a ningún lugar. Es una escena sencilla, pero desgarradora porque refleja el drama que están viviendo los refugiados. De alguna manera, representa la lucha constante, pero a la vez la muerte.

Gabriel también enfocó el objetivo a una montaña de chalecos salvavidas. El naranja de estos llama la atención. De nuevo, una sencilla imagen para mostrar una tragedia.

“La gente está pagando más de 1.000 euros” para poder ir de Turquía a Lesbos en un bote hinchable cuando el trayecto en barco “no supera los 20 euros”, explica Olmo. Porque, además de ser víctimas de la guerra, también lo son de las mafias.

En la isla de Lesbos hay dos cementerios. Ya no había sitio en el municipal para tantos ahogados así que improvisaron uno. En él, las tumbas sin nombre ganan terreno a las de aquellos que sí pudieron identificar.

Viajes que acaban en ninguna parte

Y, aunque esas cincuenta fotografías que formaron parte de Sin Filtros cuentan la historia de sus protagonistas, también lo hacen de los que las han hecho. Son sus miradas congeladas gracias a una cámara. Representan momentos en los que han estado presentes. Momentos que han vivido. Algunas de ellas marcan más que otras. Al periodista cántabro le cuesta decidirse por una fotografía en concreto, pues son muchas las que ha tomado. Sin embargo, con la voz un poco tomada narra varias historias. La más impactante habla de las condiciones en las que llega la gente. De nuevo, la lluvia vuelve a estar presente, pero, en esta ocasión, es escenario cambia. Ahora es un camino sin final entre Serbia y Hungría. Olmo está junto a las vías del tren cuando ve llegar a un padre. Lleva a su hijo en brazos. Persiste la desesperación, la cual se ve reflejada en las lágrimas que surcan el rostro de ese hombre, pero también la valentía de quien lucha por continuar avanzando pase lo que pase. “Son situaciones muy dramáticas que están viviendo por decisiones políticas al fin y al cabo”.

A pesar de esta escena, lo más duro que ha tenido que vivir este fotoperiodista es la situación de la gente en los campos de refugiados. La rabia llega hasta su voz debido a la impotencia de saber que los viajes eran éxodos hacia ninguna parte. Son momentos de calma, “momentos en los cuales no pasa nada, pero pasan muchas cosas” porque la gente aún mantiene la esperanza de poder continuar y llegar a sus destinos. “Sabes que no va a ser así, que van a estar ahí, que no van a poder moverse”. Cada día que pasan en los campos el desgaste es mayor.

Fotografia superviviente de Olmo Calvo
Fotografía de Olmo Calvo de un padre llevando a su hijo entre Serbia y Hungría

Acciones que construyen el presente y el futuro

La exposición Sin Filtros, la cual ha logrado atraer a casi sesenta y seis mil visitantes, no es la única iniciativa que busca acercar el drama humanitario de los refugiados a través de relatos y no de cifras:

Su padre ha sido encarcelado y alguien tiene que hacerse cargo de la situación. Tiene solo once años, pero Parvana lo tiene claro. Debe hacerse pasar por un chico en el campo de refugiados para mantener a su familia. Así es El pan de la guerra de Deborah Ellis, una ficción basada en una historia real.

Todo ha quedado reducido a escombros… Así se encuentra lo que conocía la protagonista de Camino de mi casa, una novela de Ana Tortosa. La guerra no ha dejado nada en pie.

Hay que remover conciencias, por eso, la antología Refugiados, de la editorial Playa de Ákaba, contiene relatos y poemas que desgarran el alma porque detrás de esa ficción, hay historias reales que tienen nombre y apellidos, como la de ese chico kurdo sin piernas, como la de esas familias cuyas lápidas sin nombre pronto se olvidarán…

Algunas personas tienen pan. Otras, agua. Y hay quien no posee nada. Luis Amavisca intenta explicar a los niños el drama de los desplazados con el álbum ilustrado Sin agua y sin pan donde una alambrada, cada vez más amplia, va separando el mundo.

Mientras todos se lavan las manos, muchos nadan en el fango. En Duele demasiado, una de las canciones del último álbum de David Bisbal, el cantante denuncia la injusta situación de los refugiados que “por la culpa de otros pagan muy caro un contrato que jamás han firmado”.

Todo eso son historias. Historias de refugiados, sí, pero también historias de escritores, cantantes, e incluso de editoriales que han luchado para sacar sus proyectos adelante. Son historias de aquellos que haciendo lo mejor que saben hacer buscan una manera de paliar la realidad dando voz a los que callan. Son historias de los que donan una parte o el total de los beneficios a organizaciones que buscan ayudar a estas personas para que no duela demasiado.

Estas pequeñas iniciativas construyen nuestro presente, pero también nuestro futuro. Y puede que, como dice el periodista Olmo Calvo, no se vaya a producir un cambio radical, pero son importantes porque, al fin y al cabo, “todas suman”.

Cristina García

Siempre he tenido mis monstruos, aunque nunca fueron a verme. Simplemente convivían conmigo. Y empecé a escribir para intentar aplacarlos. Aquello se convirtió en hábito cuando descubrí que con las letras podía mantenerlos encerrados. Así que construí mundos enteros. Después llegó el periodismo y, con él, el amor por la cultura.

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