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Cuando ya es demasiado tarde: Houellebecq y los mecanismos de la desdicha

Serotonina, la última novela de Houellebecq
Serotonina, la última novela de Houellebecq

“Ya nadie será feliz en Occidente, hoy debemos considerar la felicidad como un ensueño antiguo, pura y simplemente no se dan las condiciones históricas”.

Serotonina (Michel Houellebecq, 2019)

En La Náusea, aquella primera novela de Jean Paul Sartre, un joven treintañero, de nombre Antoine Roquentin, abandonaba su empleo para dedicarse a tiempo completo a la escritura de una obra sobre un importante aristócrata francés del siglo XVIII. Soltero y solitario, sin un horario laboral fijo, el joven deambularía por la ciudad imaginaria de Bouville largas horas, día y noche, durante meses. Mediante la forma de un falso diario en el que el personaje se contaba a sí mismo, Sartre lo hacía enfermar pronto de un mal descorazonador del que, con absoluta seguridad –y al igual que le sucedería al propio autor de la novela–, no iba a lograr reponerse jamás: el descubrimiento y la conciencia definitiva de que la vida carece por completo de sentido.

Aquel absurdo existencial puede rastrearse con facilidad en toda la obra del novelista, ensayista y poeta francés Michel Houellebecq, cuyos trabajos han sido hasta el momento publicados en español con la habitual sobriedad que caracteriza a la editorial Anagrama. Narrador contemporáneo, es precisamente su radical reformulación de aquella ausencia de un propósito vital, de aquella “náusea sartreana”, lo que torna tan interesante su lectura: la proyección de una nueva mirada sobre los males que aquejan la existencia del hombre contemporáneo –que ya no moderno–; dolencias que, si bien igual de afiladas y lacerantes en lo que a su fondo se refiere, han ido mutando de forma en el devenir del mundo globalizado.

Un mundo que funciona a la manera de un supermercado –tal como rezaba el título de su ensayo de 2005–; un campo de batalla donde la publicidad más invasiva, el individualismo exacerbado, el culto al trabajo y la dictadura de la autoimagen esclavizan al ciudadano contemporáneo, hijo de la mayor de las paradojas de las sociedades liberales en el Occidente actual: más libre y al mismo tiempo más esclavo –de sí mismo– que nunca.

El escritor francés Michel Houellebecq.
El escritor francés Michel Houellebecq.

Una mirada, la de Houellebecq, decididamente más descorazonadora que la de aquel filósofo existencialista que escribió La Náusea durante su juventud: más allá del existencialismo como humanismo que defendía Sartre, para quien el absurdo existencial, lejos de ser una excusa para abandonarse a la deriva, debía suponer un punto de partida para tornarse individuo activo, Houellebecq, con ayuda de una prosa siempre directa, sardónica y aparentemente descuidada –ese «estilo blanco o plano» que le ha atribuido la crítica francesa–, parece decidido a provocar con saña a los personajes de sus novelas, hurgando en cada una de sus llagas hasta hacerlos desfallecer y, conscientes de haber agotado su tiempo, tirar definitivamente la toalla.

No muy lejos del Bartleby de Melville, del Joseph K de Kafka o del Roquentin de Sartre se halla el Florent-Claude Labrouste de Houellebecq, ese hombre de cuarenta y seis años sumido en el vacío más absoluto que protagoniza Serotonina, la última novela del escritor francés. Impotente a causa del Captorix, la pastilla antidepresiva que se administra diariamente, Labrouste rememora en primera persona, de manera abrupta y en la mayoría de pasajes desorganizada, los principales recuerdos de su vida pasada en un intento desafortunado de, al ponerlos en palabras, ser capaz de volver a sentir de nuevo: aquellas fugaces relaciones de pareja, aquellos escasos amigos con los que intentará ahora contactar de nuevo, aquellas vivencias de una juventud lejana y efímera en la que todavía podía decirse feliz. “No es el futuro sino el pasado el que te mata, el que vuelve, el que te atormenta y socava y acaba definitivamente contigo”, articulará el protagonista en su descenso a los infiernos.

Un personaje, Labrouste, que es “todo existencia”: decidido a terminar con una vida falsamente organizada y estable, abandona su trabajo, su apartamento y a su joven e infiel novia para, pretendiendo vivir de sus ahorros hasta agotarlos por completo, vagar de acá para allá, entre habitaciones de hotel, bungalows y salones de antiguos amigos cuya existencia se antoja, según irá descubriendo en su periplo, igual de amarga que la suya. Un deambular sin fin alguno que bien podría recordar al de Josef Bloch, aquel mecánico y exfutbolista incapaz de recuperar, en su vagabundeo, el brillo ya desdibujado de las emociones pasadas en El miedo del portero ante el penalti, la novela de Peter Handke.

La edición francesa de Serotonina.
La edición francesa de Serotonina.

Y es que, tal como señaló Borges, “cualquier hombre es todos los hombres”: la enfermedad de Labrouste, con seguridad alterego en muchos aspectos del propio Houellebecq, es la enfermedad de la época en la que le ha tocado vivir. “Es así como muere una civilización, sin trastornos, sin peligros y sin dramas y con muy escasa carnicería, una civilización muere simplemente por hastío, por asco de sí misma”, señalará el protagonista en determinado momento de su extenso monólogo interno, apenas interrumpido a lo largo de toda la novela por las escasas intervenciones dialógicas de algunos personajes secundarios. Sus dos grandes dolores vitales: la alienación de la vida laboral; el derrumbamiento de la vida sexual.

En su búsqueda de “lo vacío, lo blanco y lo desnudo”, tal como él mismo la define, el protagonista de Serotonina arrastra al lector en un espiral de desolación a través de una mirada unilateral, desde un prisma cínico y con un humor negrísimo, y que en ningún momento recibe réplica optimista alguna. No hay tiempo para el regreso, ni siquiera para enjugarse los ojos: el Captorix de Houellebecq, tal como aparece reseñado en su prospecto, provoca náuseas.

Sartre ya lo había visto venir.

La edición española de Serotonina, a cargo de la editorial Anagrama.
La edición española de Serotonina, a cargo de la editorial Anagrama.

Ficha técnica: Michel Houellebecq: Serotonina. Anagrama, Barcelona, 2019. Traducción de Jaime Zulaika. 288 páginas, 19,90 euros.

Pelayo Sánchez

Escribidor busca perder el miedo a la página en blanco.

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