Marriage Story: Teatro tras la cámara

Scarlett Johansson

Adam Driver y Scarlett Johansson encarnan una historia de artificialidad coherente

Scarlett Johansson y Adam Driver en el metro
Fotograma del film, 2019

—Me ha encantado la película —dije mientras arrancaba con los dientes un pellejo de mi dedo índice—, es como un desgarro en el bazo. Va a hacer historia, ya lo verás.

La piel se desprendió como si fuera chicle y una línea roja, brillante, se desparramó sobre la falange.

—Sí, es de lo mejor de esta década.

—Sin duda.

Luego me fui, te fuiste, nos fuimos.

A la semana siguiente se la quise recomendar a alguien que sonreía como tú; —Te va a encantar, es un film taaan inteligente —le aseguré mientras me rascaba la herida a medio cerrar.

—Claro, ¿cómo decías que se llamaba?

Titubeé.

— No lo sé.

Seis meses después olvidamos los diálogos. Un año después la habremos borrado de nuestra memoria. Hasta que alguien la rescate.

—¡Es verdad! ¡Qué maravilla de película, me cambió la vida! —dirás cuando te la mencionen.

La verdad es que sí, hizo historia; durante dos semanas.

Discusión entre Driver y Johansson en Historia de un matrimonio
Fotograma del film, 2019

«¡Podría haber hecho mucho más! Era un director veinteañero salido de la nada que, de repente, aparecía en la puta portada del Time Out New York. Podía tirarme a quien quisiera y no lo hice. Te quería y no quería perderte. ¡Pero estaba en la veintena y no quería perderme eso tampoco! Sin embargo, así fue ¡Tú querías tanto tan rápido! ¡Yo ni siquiera quería casarme!»

Plano Medio; al actor estadounidense, Adam Driver, le tiembla el labio inferior. El reborde cubierto de saliva. Los ojos brillantes. Grita a la mujer que tiene frente a sí. Se echan en cara que el amor se agoste. Se sacan espinas del cuerpo sólo para volverlas a clavar. La estaca al corazón.

Plano Americano; Scarlett Johansson salta, se desgañita. Parece una pantera a punto de lanzarse sobre un felino aún más grande. Pero no lo hace. El grito de ella acaba en un quejido tenue. El de él en un llanto desaforado. Luego, un silencio entrecortado de hipidos se adueña de la escena.

Plano general; un hombre sollozante abraza las rodillas de una mujer. Ella le acaricia el pelo. Las paredes de la casa son de color amarillo. Sus ropas; ocres.

Pero no es una casa, es un escenario. No es una película. Es teatro detrás de una cámara. Porque Historia de un matrimonio es dramática. Arte dramático, más concretamente. Noah Baumbach (Nueva York, 1969), retuerce el séptimo arte de vuelta a las tablas, creando situaciones sobreactuadas que, sin embargo, funcionan. El espectador llega a la catarsis.

Póster promocional de Historia de un matrimonio
Fotograma del film, 2019

Catarsis, Kátharsis, del griego, según la RAE:

2.f. Efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores, suscitando la compasión, el horror y otras emociones.

3.f. Purificación, liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda.

Sostenía Aristóteles, en La Poética, que las artes escénicas debían limpiar las almas de quienes asistiesen al acto. Algo así como una epifanía religiosa; el público debía salir sufrido, con el pecho congestionado. Las tripas lavadas por el terror y la piedad sufridas por los personajes. El dolor del otro para calmar el propio.

Y eso es lo que hace el cineasta y guionista estadounidense, conocido por tratar el existencialismo humano en parte de su filmografía. Siendo Frances Ha (2012) una de sus obras más notorias.

Una odisea forzada ante la cámara que resultaría liviana frente a las butacas y que, aún así, se alza con fiereza en un terreno que no es el suyo. Tanto actores como el propio film han sido nominados para los Globos de Oro.

Pero ¿nos gusta la película? En una época en la que la cinta del año sale una vez al mes y las opiniones se forman tan vertiginosamente como las obras son sustituidas, a veces hay que decir: No lo sé.

Clara Nuño

Periodista de provincias emigrada a la capital. Graduada por la universidad de Valladolid, aboga por la divulgación y el periodismo pausado. Actualmente colabora con la revista cultural ‘Poscultura’ y garabatea prosas poéticas en su Instagram (@claranunog). La escritura como forma de estar en el mundo.

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