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Historia de unas fiebres

Stefan Zweig en una imagen sin datar

«Saludo a todos mis amigos. Que se les permita ver la aurora de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes.»

Stefan Zweig

Petrópolis 22.II 1942

Stefan Zweig junto a su segunda esposa, Charlotte.

Se suicidó con su mujer en Petrópolis, Brasil, para escapar del fascismo que ensombrecía Europa. Quería morir libre. Se despidió a la tremenda, apátrida, viejo, cansado. Stefan Zweig (Viena, 1881), una de las mentes más lúcidas del siglo XX, decidió ponerle un punto final a su existencia en compañía de su segunda esposa, Lotte. Irse juntos. Un último destello de amor romántico, de amor idiota.

Encontraron sus cadáveres en la cama, acostados, de la mano, uno junto al otro. La autopsia reveló que ella tardó unas horas más en quitarse la vida. Causa de la muerte: sobredosis. Era el 22 de febrero de 1942. Unos meses después, el Eje comenzó a sufrir sus primeras derrotas serias. La balanza de la II Guerra Mundial empezaba a inclinarse a favor de los aliados.

Austríaco y judío, Stefan Zweig se aferró a un europeísmo casi fanático a modo de supervivencia. Su nota de suicidio, aludiendo al viejo continente como un hogar espiritual que se estaba destruyendo a sí mismo, hace patente la intensidad de ese sentimiento.

Criado en el seno de una familia de la alta burguesía, Stefan Zweig aseguraba que sus padres habían nacido judíos “por accidente”. Un accidente que les costó la vida a millones de personas entre los septiembres de 1939 y 1945.

Estudió filosofía y literatura, doctorándose con una tesis sobre la ontología de Hippolyte Taine, uno de los principales teóricos del naturalismo francés. Durante su doctorado, publicó un poemario titulado Cuerdas de plata (1901) influenciado por los poetas Rainer María Rilke y Hugo von Hofmannsthal que, años más tarde, se encontrarían entre sus principales allegados. Zwieg llegó a codearse con los máximos exponentes culturales de la élite europea.

A lo largo de su vida nómada tocó todos los géneros literarios: novelas, biografías, ensayos y teatro. Su posición económica le facilitó su otra gran pasión: los viajes.

Fue en 1921, tras los coletazos finales de la mal llamada ‘gripe española’, cuando escribió Carta de una desconocida; un relato de apenas 72 páginas cuyo sencillo planteamiento queda condensado en el título de la novela:

 ‘R.’, un escritor de éxito, al volver a Viena tras un breve período vacacional, recibe una voluminosa epístola. Es el día de su cuadragésimo primer cumpleaños. Apartará la carta del resto de correspondencia; la leerá luego. Pero la curiosidad le hace abrirla. La caligrafía es femenina. No hay remitente. Arriba, a manera de título, reza: A ti, que nunca me has conocido.

«Si sostienes esta carta en tus manos, sabrás que una muerta te está explicando aquí su vida, una vida que fue siempre la tuya desde la primera hasta la última hora».

Es la confesión de una existencia desgraciada, de una mujer que lleva casi dos décadas amándolo en secreto y que recuerda detalles de su vida que él mismo ha olvidado.

Carta de una desconocida es la ficción más breve del austríaco y donde quizá quede mejor reflejada su tendencia más dramática. Sin embargo, Zweig es drama sin dramatismos, por paradójico que pueda parecer. El germano es capaz de contextualizar narrativamente cualquier sentimiento exacerbado. De manera que aquello que pudiera parecer ridículo o sobreactuado le resulte lógico y natural al lector. En Carta de una desconocida hace un ejercicio de análisis sentimental impresionante. Un análisis que, de habitual, realizaba para sí mismo, acarreándole sufrimientos a él y a quienes le rodeaban.

Nota de suicidio de Stefan Zweig.

Es una novela de amor febril donde prevalecen dos figuras: la del seductor —una constante en toda su obra— y la de la seducida, que es la narradora protagonista de la historia. En un primer momento, parece tratarse de una nota de amor idiota, amor adolescente, de una chiquilla encandilada arquetípica. Una mujer con vocación de mártir. Sin embargo, tras ese velo inocente se entrevé un ego maníaco que, preso de una obsesión morbosa y mediante una escritura repleta de cariño formal, da a entender que el receptor de la carta es, verdaderamente, un ser adorado por cuya pasión ha agostado su vida.  La carta es idolatría, pero también venganza, despecho, rencor. El receptor, el narratario, es testigo de unos hechos pasados. Si la misiva que recibe es la de un cadáver, este le está privando, de manera consciente, de cualquier posibilidad de resarcimiento.

«Mi hijo ha muerto ayer. […]  y durante cuarenta horas he permanecido sentada junto a su cama, mientras la gripe agitaba su pobre cuerpo ardiente de fiebre día y noche. […] Era hijo nuestro, adorado niño, fruto de mi amor consciente y de tu inconsciente y disipada ternura. Hijo nuestro. Nuestro único hijo.»

Zweig también juega con el lector: ¿Es la narradora víctima de un amante indolente y desconsiderado? ¿O es acaso víctima de su propia imaginación? De los dos personajes nada se sabe, salvo lo que ella trasluce en sus misivas. No hay prosopografía. ¿Es él un hombre atractivo, un seductor nato? La edad y la inicial de su nombre son los únicos datos proporcionados al lector. La imagen que de él se descubre es la que ella se ha formado. Y puede estar equivocada. La personalidad de ‘R.’ ha sido desarrollada a través de la mirada de unos ojos obsesionados. Una mirada que idealiza. ‘R.’ es guapo y es inteligentísimo, pero tremendamente frívolo. De una trivialidad encantadora, que no merece reproche. Él es como es. No podría ser de otra manera. ¿Y ella?

«He tenido amigos ricos, amantes ricos. Primero los buscaba yo, después me buscaban ellos a mí, porque yo era —¿te diste cuenta alguna vez? — muy bonita […] todos me han querido… ¡Tú no, tú eres el único que no me ha querido!»

Zweig hace suya la idea de que el mundo es un teatro y todos los hombres sus figurantes. Una teoría que en 1959 el sociólogo Erving Goffman desarrollaría en La presentación de la persona en la vida cotidiana, texto según el cual toda interacción humana produce una actuación que pretende causar impresión ante un público. A veces de forma deliberada, y otras, inconsciente.Transmitir una identidad requiere cierto grado de autoengaño. Así pues, ¿quién es ella? Probablemente, una desconocida.

Carta de una desconocida es un relato desgarrador. Un texto sencillo sobre un mal común: el amor romántico, la idealización del ser amado a nivel erótico e intelectual. Una narración bella que esquiva la sensiblería a la que la trama puede prestarse.

 

«El inesperado éxito de mis libros proviene de un vicio personal: ser un lector impaciente. Me irrita todo lo ambiguo, las descripciones superfluas y lo innecesariamente morboso.»

Stefan Zweig

Tras la conquista de Singapur por los japoneses, creyendo que el nazismo se extendería irremediable por todo el planeta, Zweig y su esposa Charlotte se suicidaron en Petrópolis. Se fueron dejando todos sus asuntos en orden, incluso quién debería cuidar de su perro. Tras de sí una carta de despedida. Ellos no eran unos desconocidos. Era el 22 de febrero de 1942.

 

 

FICHA TÉCNICA:

COLECCIÓN: Narrativa del Acantilado, 21

TEMAS: Narrativa y Novela

AUTOR: Stefan Zweig

TRADUCTOR: Berta Conill

ISBN: 978-84-95359-47-6

EDICIÓN: 19ª

ENCUADERNACIÓN: Rústica cosida

FORMATO: 13 x 21 cm

PÁGINAS: 72

 

Clara Nuño

Periodista de provincias emigrada a la capital. Graduada por la universidad de Valladolid, aboga por la divulgación y el periodismo pausado. Actualmente colabora con la revista cultural ‘Poscultura’ y garabatea prosas poéticas en su Instagram (@claranunog). La escritura como forma de estar en el mundo.

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