Carlos Saura: un recorrido por las imágenes de su vida

Tras dirigir su primer largometraje, Saura deja de observar la realidad y se centra en construir la suya.

Cuando el comisario y fotógrafo Chema Conesa accedió por primera vez al estudio de 20 metros cuadrados que Carlos Saura (Huesca, 1932) conserva en su casa madrileña, se encontró con una enorme colección de cajas, cámaras y estantes llenos de negativos. Durante seis meses, Conesa entró y salió de aquel cubículo en un intento de recopilar las capturas más especiales del cineasta aragonés. El resultado, un total de 118 fotografías que desde el mes de octubre atesora la sala Picasso del Círculo de Bellas Artes de Madrid. La exposición Carlos Saura Fotógrafo. Una vida tras la cámara invita hasta el próximo 12 de enero a pasear por la vida de Saura en forma de aquello que le ha dado sentido: las imágenes.

-Perdone, ¿usted sabía que Saura era fotógrafo?

Dentro de la sala, una señora interrumpe el paso de algunos visitantes para cerciorarse de que estaba en lo cierto. “Muchos conocen a Saura por sus facetas cinematográfica y literaria, pero su verdadera pasión era la fotografía”, afirma la mujer, rodeada de un grupo de estudiantes que filman la escena con una cámara apoyada en un trípode. Señalándolos, confiesa: “Es un dato desconocido. Más de la mitad de mis alumnos de Comunicación Audiovisual no tenían ni idea cuando les sugerí esta visita”.

Profesora y alumnos se encuentran en Primer laboratorio, el comienzo de la exposición, pero ya se han dado cuenta de que Carlos Saura siempre ha practicado su actividad artística en un mismo plano, tratando de combinar todas esas facetas. Una extensa biografía que recoge los momentos clave de su vida lo anuncia al inicio del recorrido: va a ser un camino ecléctico.

Aunque conocido por ser, junto a Buñuel, uno de los grandes directores de cine aragonés, lo cierto es que la obsesión de Saura por la fotografía se despertó mucho antes y fue precisamente el detonante de su pasión cinematográfica. Así lo demuestra esta primera estancia, llena de retratos caseros, íntimos y familiares que evocan cercanía. Utiliza a sus hermanas como modelos y las enmarca en unos estudiados encuadres, en busca de modernidad. Explora el mundo de los años 40 desde la cámara y, con su cuerpo tumbado en el suelo granadino de 1956, destapa la que se convertirá en una de sus especialidades: el autorretrato.

Un país en reconstrucción

Unos pasos después, tras la segunda mitad de los años 50, llega el Saura documental. Después de haber ejercido durante un par de años su único encargo profesional como fotógrafo –en el Festival de Música de Granada–, Saura comienza a viajar por la mirada perdida de la gente, las ciudades y los pueblos de toda España. Los ropajes deshilachados, la suciedad de una familia que traspasa el marco e impregna la sala de autarquía. Una España rota por la tristeza y la falta de libertad que él mira cándidamente, dotándola de una veracidad letal.

En 1959, Saura dirige su primer largometraje, Los golfos. Desde ese momento, deja de observar la realidad y se centra en construir la suya. Cada vez más, se ve inmerso en la parafernalia de los rodajes e introduce a los visitantes en Fotógrafo cineasta, la tercera etapa de su vida detrás de la cámara. Una espléndida Lola Flores atrapa las miradas de todo el que pasa, que observa con interés cómo La Faraona posa altiva en un set. Las imágenes de esta etapa registran recuerdos naturales, libres de la tensión de cualquier rodaje. Con Antonio Banderas, Fernando Fernán Gómez o Paco de Lucía, recorre sus películas y viaja hasta los sitios más remotos. Esa memoria emocional de su yo creador se mezcla con su huella de reportero cuando sale del propio plató para acompañar a Geraldine Chaplin a otros rodajes, en los que se convierte en un mero espectador.

Saura captura la ternura de Geraldine Chaplin dando de mamar a su hijo.

Precisamente una jovencísima Geraldine protagoniza, en gran parte, el final de este recorrido, llamado Universo Saura. Con delicadeza, el fotógrafo captura la sonrisa de su expareja dando de mamar a su hijo y sitúa la mirada sobre las mujeres más importantes de su vida. A cada paso, el aragonés enseña caras nuevas, que representan las influencias con las que ha ido construyendo todo su imaginario visual: desde la pintura de su hermano Antonio hasta el cine de su paisano Buñuel, la fotografía de Vittorio Storaro y el expresionismo de Goya.

Muy cerca, una pieza audiovisual detiene a varios visitantes. La curiosidad les obliga a prestar atención a la pantalla durante los cinco minutos posteriores. En ella, Saura le explica a un periodista cómo nació su amor por la fotografía. Aunque a los espectadores ya no les hace falta esa explicación. Polaroids, diarios ilustrados de rodajes y fotografías pintadas acompañan a la muestra, dando buena cuenta de la obsesión de Carlos Saura por atrapar todo lo que pasa por sus ojos. Cine, rutinas, viajes y recuerdos, todos parecen contar la misma historia.

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