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Bálsamo y refugio: Las artes escénicas en tiempos del Coronavirus

Teatros vacíos por Coronavirus
Teatros vacíos por Coronavirus

Teatros vacíos por Coronavirus

Cuando el auténtico peligro acecha parece no quedar tiempo para la cultura. El poeta David González (Gijón, 1964) no podría haberlo ilustrado mejor en Flores: tras el tremendo relámpago que atravesó el cielo de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, dejando más de cien mil muertos a su paso, quienes salieron con vida lo perdieron todo. Dos testimonios cierran el poema del escritor asturiano:

ayer, dijo un superviviente, mis zapatos
eran mi posesión más valiosa: hoy
no me importan: con un par tengo bastante:

lo sé, dijo otro: yo empecé a traer conmigo
mis libros, pero luego pensé:

no hay tiempo para libros:

La crisis sanitaria del Coronavirus ha dejado en España, en el momento en que uno teclea estas palabras, 24.543 muertos. Su fácil contagio y la necesidad de evitar la saturación de los hospitales ha supuesto el confinamiento de toda la ciudadanía en sus respectivas viviendas –de todo aquel ciudadano, convendría aclarar, que tenga la suerte de poseer un techo y cuatro paredes que le otorguen cobijo–.

Esta semana se cumple un mes y medio desde que el Gobierno español declarase, en sesión extraordinaria, el estado de alarma a causa de la pandemia; una suerte de peste que, aun a sabiendas de su gravedad y sus efectos devastadores, se sigue antojando como un episodio de ciencia ficción para quienes, confinados desde entonces, permanecen recluidos en sus hogares: limitados a avistar únicamente el edificio de enfrente durante el aplauso diario, la larga sombra del horror que atraviesa el país parece, recibida a través de Twitter o del televisor, una enorme pantomima a la manera de aquella macabra broma radiofónica que Orson Welles perpetró en 1938.

No es, por desgracia, el caso: lejos de todo esto quedan las ficciones. Es más: la realidad, aquella realidad que habitábamos antes de la infección –tantas veces con hastío–, se antoja ahora, cuando se gira uno hacia a ella desde el núcleo mismo de la desgracia, decididamente utópica. Así es que echar la vista atrás y detenerse por un rato en el pasado ha comenzado a generar en nosotros un cierto poso de extrañamiento; un ejercicio de difícil identificación que se ve agravado con el paso de los días.

Depresión durante el encierro por Coronavirus

Y de ahí la depresión, el miedo, la ansiedad: síntomas de un profundo malestar que pueden precipitarse, a mala fe, sin previo aviso, sobre los hombros de los no infectados; daños colaterales, si se quiere, para aquellos que, sanos y salvos, encerrados a buen recaudo en sus casas, tienen ahora más tiempo que nunca para enfrentarse a sí mismos. Y mientras tanto, ahí fuera, el mundo derrumbándose.

Es aquí donde entra el papel de las ficciones; el rol a jugar de una cultura para la que, como venimos señalando, parece no haber nunca tiempo una vez que la bomba ha explotado y nos ha despojado impunemente de la vida tal y como la conocíamos. La medicina de los que, afortunados, han logrado escapar del bicho y refugiarse en casa; el bálsamo para el alma que desde siempre ha sido y que necesitamos ahora quienes, con la salud física en perfecto estado, presentimos posibles secuelas de otra índole.

Pero, ¿qué hay del otro lado? ¿Qué ocurre con aquellos que, con su trabajo, nos hacen más livianos los males del alma? El de las artes escénicas es quizá el sector cultural que mayor varapalo está sufriendo: si bien al cine y a la música continuamos teniendo fácil acceso a través de plataformas y aplicaciones varias, de la misma forma que aún resulta posible que la lectura elegida nos llegue cuidadosamente empaquetada a domicilio, para el “aquí y ahora” del teatro, la danza o el circo no existe siquiera la opción de adaptarse a los tiempos del confinamiento.

Como público, claro está, siempre nos quedará acudir a tantas y tantas representaciones filmadas y almacenadas en Internet. Pero, ¿qué hay de ellos? ¿Quién da fuelle a la rueda de la economía? Salas cerradas, funciones pospuestas de forma indefinida, actores y técnicos con el sueldo en suspenso. En tiempos distópicos, de pura ciencia ficción, las realidad más descarnada y cruel se extiende como un manto negro sobre las artes escénicas, opacando más que nunca los focos de cada escenario.

Los pasados 10 y 11 de abril, ante la ausencia de medidas gubernamentales que diesen cobijo al sector, tuvo lugar el #ApagonCultural en redes durante 48 horas, una medida que no recibió, sin embargo, el aplauso unánime: ¿Era la solución, cuestionaron algunos artistas, restringir durante dos días el acceso a lo único que nos hace verdaderamente libres? 

Quién sabe. Una cosa, sin embargo, está clara: sí hay tiempo, claro que hay tiempo “para libros”. En nuestra mano está que, una vez que esto termine –acudiendo de nuevo a la sala oscura, manteniendo con firmeza el aplauso tras la caída de telón–, continúe habiéndolo.

Pelayo Sánchez

Escribidor busca perder el miedo a la página en blanco.

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