‘Asesinato en el Orient Express’: una adaptación innecesaria

Cartel promocional de Asesinato en el Orient Express

En 1974, el director norteamericano Sidney Lumet, que por entonces ya se había forjado un nombre en la industria de Hollywood gracias a títulos como Doce hombres sin piedad, Larga jornada hacia la noche o Serpico, adaptó al cine la novela de Agatha Christie Asesinato en el Orient Express. El resultado fue excepcional. Al buen trabajo en la dirección se le unió un gran elenco actoral comandado por Albert Finney en el papel de detective Hércules Poirot y apoyado por secundarios de la talla de Ingrid Bergman, Lauren Bacall o Sean Connery, que hicieron relucir aún más el relato de Christie.

Ahora, el director y actor británico Kenneth Branagh recoge el testigo con un «remake», que parece tener las mismas intenciones que la primera, pues su seña de identidad es que el reparto vuelve a estar repleto de caras ilustres. El propio Branagh, Johnny Depp, Penélope Cruz, Judi Dench, Willem Dafoe, Michelle Pfeiffer, Daisy Ridley o Josh Gad, entre otros, son en esta ocasión los pasajeros de este famoso ferrocarril a vapor. Nombres de éxito para darle brillo a unos hechos ya conocidos y para atraer al público a verla.

Misma historia, diferente resultado

El núcleo de la historia es el mismo. En los años 30 un grupo de desconocidos se montan en un tren llamado Orient Express en un viaje que les llevará, con múltiples escalas, desde Estambul hasta Londres. Sin embargo, la tranquilidad del trayecto se verá interrumpida por dos sucesos: un alud que corta los raíles y provoca el descarrilamiento del ferrocarril, y el asesinato de uno de los ocupantes del tren. A partir de ese instante entra en juego la investigación de Hércules Poirot, el mejor detective del momento, que viaja por casualidad en el tren camino de Londres para tomarse unas merecidas vacaciones. Poirot deberá hacer uso de toda su astucia para resolver un crimen del que todos son sospechosos.

Con estos ingredientes el resultado debería ser igual de bueno que el original, pero la realidad es muy distinta. El filme comienza ambicioso, de una forma diferente y atrevida. Branagh se toma la licencia de presentarnos la personalidad del detective en un contexto diferente al del resto del metraje, y lo hace con acierto.

Pero a medio camino, a la vez que el vagón, la película descarrila porque no ofrece prácticamente nada nuevo. Una vez inmersos en la investigación del suceso, ni los efectos especiales, ni alguna secuencia de acción metida con calzador, son suficientes para conseguir la sensación de que lo que se está viendo es novedoso. Siempre y cuando, y esto es importante reseñarlo, se haya visto la película original. Probablemente, si te acercas a la historia por primera vez, te encontrarás con un buen entretenimiento, pues el relato original por sí mismo ya tiene mucha fuerza.

A pesar de que los secundarios de lujo están desaprovechados y sus aportaciones no son tan brillantes como en el filme de 1974, sí que destaca Branagh en su papel de un excelente Poirot. Y esto hay que reconocérselo al director. En esta versión, a diferencia de en la de Lumet, conocemos mejor la personalidad del detective y podemos llegar a entenderla. Un hecho en el que el realizador británico ha hecho hincapié, pues es clave para comprender el desenlace, que se presenta con una novedosa moraleja que no dejará a nadie indiferente.

Pablo Gugel

Periodista y Comunicador Audiovisual. Cinéfilo, melómano y amante del arte y la literatura.

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